Pues ya con mejores aires y mejor estado generalizado, aunque no por eso, menos trabajo, estoy de regreso por este lado del espejo.
A pesar de los conflictos laborales en los que estoy inmersa, he tenido la fortuna de tener (y construir) un oasis, no sólo de paz y tranquilidad, sino de risa, alegría y felicidad. Me gusta que suene el despertador en la mañana y lo primero que hago, es sonreír, me gusta poder llegar a un hogar después del trabajo, me gusta que llego y siempre hay una persona que me recibe con una sonrisa, con apoyo, con ganas de hacerme reír y de reír conmigo.
Es agradable darme cuenta que soy más feliz de lo que nunca había sido, toda mi vida tiene ese hermoso equilibrio entre trabajar por lo que deseo y tener/disfrutar lo que he logrado.
Por mucho tiempo tuve miedo de que llegado el momento, no pudiera ser feliz... había estado tanto tiempo entre sombras y dolor que tenía temor de no saber disfrutar lo bueno de la vida, de necesitar la melancolía, de aferrarme a los problemas y al dolor.
Ahora sé que mis heridas sanan. No digo que no van a quedar cicatrices profundas y permanentes, pero al menos sé que ahora tienen tiempo de cerrar, de curarse, de olvidar el constante dolor. No soy inmune al sufrimiento, pero ahora sé que no tengo que pasarlo sola, ahora vivo el precepto de que si el dolor se comparte con otra persona, es medio dolor y que si la alegría se comparte con otra persona, es doble alegría.
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